La tarde ya estaba avanzada cuando decidí entrar en la casa de un coreano que había asesinado a varias personas. Entré muy despacio, no había nadie, era un estudio bastante pequeño y estaba vacio. En el suelo había restos de jeringuilla y tiras de goma elástica, también algunos pañuelos de tela sucios y varias motas de sangre. Salí de allí, otra vez había fallado, no estaba en su casa.
Al salir a la calle me encontré a dos amigos, pero no venían con buenas intenciones, ni siquiera sabía si eran ellos. Algo me decía que querían hacerme daño, así que intenté escabullirme y soltar alguna patraña para salir ileso.
Me libré de ellos, o eso creía, porque al girar en una curva me los volví a encontrar. Uno de ellos traía unos clavos enormes en la mano y el otro un martillo, los dos sonreían como bobalicones y venían derechos hacía mí.
- ¿Qué coño piensan hacer? – les pregunté con voz agresiva.
- Clavártelos en la cabeza – respondió el que portaba los clavos, levantando la mano y meneándola para que pudiera observarlos.
- …y una mierda – dije mientras salía corriendo.
No corría a mucha velocidad, notaba sus risas detrás de mí y luego a los lados, me acabaron dando caza y se abalanzaron sobre mí. No se como pero con una fuerza extraordinaria me los quite de encima y cayeron al piso. Uno de ellos consiguió levantarse rápido y venir hacia mí, lo cogí de una mano y de un pie, comencé a darle vueltas hasta que lo lancé contra una columna.
Aproveché entonces para correr, pero seguía con el mismo problema, no corría mucho y volví a notar sus risas primero detrás y luego a los lados. Esta vez con una soga con nudo de vaquero me ataron de los pies y de las manos.
Él que llevaba el martillo le hizo una señal al de los clavos, éste colocó lentamente un clavo sobre mi cabeza. El otro levantó igual de despacio el martillo y se disponía a pegar un martillazo lo suficientemente fuerte como para clavármelo en la cabeza de un golpe. Se oyó un ruido y noté una leve punzada pero el clavo no había atravesado mi cabeza, la cual había cogido un tamaño desproporcionado.
Probaron sin éxito con varios clavos más, mientras mi cabeza seguía aumentando de tamaño hasta que finalmente se cansaron y se fueron. Yo me levanté agarrando mi gigantesca cabeza y me fui camino a casa, mientras mi cráneo tornaba a su tamaño original.
viernes, 25 de junio de 2010
lunes, 14 de junio de 2010
Losró josó joscó jos.
Los invitados de corbata y tupé,
de lenguas de franela,
eructarán sus proezas amarillas
como tragicomedias protagonizadas por dedos meñiques.
El anfitrión que se baja los pantalones
para que todos le propinen sus nalgadas,
descorcha mientras, un vino
con la negra uña larga del pie.
Jarrones que esperan ser destruidos,
flores que desean ser devoradas
o escupidas al revés.
Nadie lo verá,
todos cerrarán sus ojos,
en el momento del suspiro cojearán,
esperarán escuchar el bigote del recién nacido,
como sus pelos se abren paso entre los poros;
su infancia, su inocencia
se perderá.
Una vez se haya convertido en humano,
actuará como un humano:
defenderá, destruirá,
protegerá, morderá,
pisará...
y morirá.
de lenguas de franela,
eructarán sus proezas amarillas
como tragicomedias protagonizadas por dedos meñiques.
El anfitrión que se baja los pantalones
para que todos le propinen sus nalgadas,
descorcha mientras, un vino
con la negra uña larga del pie.
Jarrones que esperan ser destruidos,
flores que desean ser devoradas
o escupidas al revés.
Nadie lo verá,
todos cerrarán sus ojos,
en el momento del suspiro cojearán,
esperarán escuchar el bigote del recién nacido,
como sus pelos se abren paso entre los poros;
su infancia, su inocencia
se perderá.
Una vez se haya convertido en humano,
actuará como un humano:
defenderá, destruirá,
protegerá, morderá,
pisará...
y morirá.
Etiquetas:
garabatos subterraneos,
poesía,
rugido de sobaco sin domesticar
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