¿Qué pasaría si le dieran un lápiz a un desequilibrado mental?

sábado, 15 de octubre de 2016

Algunos errores de aquella carta de ajuste.


Recurrí a un ritual ancestral que consistía en descolgar los cuadros, pero mediante el caldo invoqué a una figura semihumana. Ésta me susurró al oído con su hocico puntiagudo que me lo merecía.
«No habrá pastillas para la tos simulada, ni supositorios para curar los dedos que se cayeron.»
Era un dios antropófago.
Ignoré sus susurros y me gritó en la cara que el despiste provocó la muerte por tumefacción.
Era un dios miomorfo.
Se escondía en las chaquetas y las convencía de que no había salvación. En aquella partitura seca cambió las corcheas por las fotos de mi muerte.
Era él disfrazado.

sábado, 1 de octubre de 2016

Las cuencas se volvían eternas, y los candados maduraban


Por cuestiones de logística ella miraba siempre a la derecha y me insultaba recordando dos veces mi nombre.
Ella reprimía sus deseos de desatornillar, y yo enumeraba los dientes que se le habían caído, porque no soltaba su muñeca rota.
Sabía que en su cabeza anidaban pequeños hocicos, que olisqueaban las heridas.
¿Era una solución taparle los ojos al caballo?
Recordaba haber muerto un día cualquiera, pero aun sigo sin explicarme porque llevaba aquel maldito sombrero tan ridículo.
Ella reprimía sus deseos de desatornillar, y yo enumeraba los dientes que se le habían caído, porque su pelo era un nido.
Sin embargo, un día me enteré de que los mapas no indicaban donde había enterrado mis muñones, y me alegré.
¿Era una solución marcar todos los caminos?
Los puntos cardinales se multiplicaban y los agujeros donde esconderse desaparecían, o se adherían a las mochilas de los viajeros despistados.
Ella reprimía sus deseos de desatornillar, y yo enumeraba los dientes que se le habían caído, porque su traje estaba roído.
Y sabíamos que sólo el olor a tabaco y brezo podía salvarnos.

sábado, 13 de agosto de 2016

El nicho donde descansan las uñas

Obligado giraba la rueda, y los brazos, las piernas, los ojos golpeaban a los espectadores en la cara.
Venía
como una sombra
reptando.
No tenía más remedio que abrirme en canal, entendí entonces que mis órganos vitales habían sido sustituidos por dados trucados. Sólo me quedaba golpear mi cabeza contra la pared para intentar filtrarme por ella, y escapar; pero me hacían elegir entre la maquina del dolor o los muslos de pollo.
Dirigí mi mirada al suroeste pensando, iluso de mí, que así se pasarían todos mis males.
Venía
como una sombra
reptando.
Los ciegos que fueron atropellados escribirán la lista de la compra en mi cadáver, bajarán las escaleras galopando, embriagados por las pupilas, enloquecidos como luciérnagas porque
venía
como una sombra
reptando.

sábado, 25 de junio de 2016

Figura romboide n.5

(El amotinamiento de mis tripas.)

Se había construido un fuerte con sus restos, para  guarecerse, protegerse, defenderse o pernoctar. Yo, a pesar de su fragilidad, me decantaba por el castillo de naipes. Esperaba en posición fetal un ataque inminente, pero los enchufes se volvieron contra mí.
La niña esparcía con aire inhumano unos huesos con extrañas formas por el suelo. Los lanzaba formando figuras, formando caminos.
Cuando la sorprendí
dormía enroscada
sobre las teclas
de un piano roto.
La guarida se deshizo en diminutas esfinges, que como polvo se quedaron suspendidas en el aire, haciendo remolinos como si fueran candados.

sábado, 18 de junio de 2016

Ecos de las gafas y los juguetes retorcidos.


Me había colocado campanillas por el cuerpo, así a cualquier movimiento por mínimo que fuera sonarían. Era la única manera de reprimir las ganas de sacarme los ojos y clavarlos a la pared, era la única manera de reprimir las ganas de colocar mis intestinos en una bobina de 35 mm.
Forraban los sillones
con la piel de los difuntos;
los acordes me golpeaban
en la cara.
En mitad del trance apareció aquella niña, tenía todos los dientes y llevaba un vestido blanco de comunión, me miró, me sonrió, me ofreció su muñeca sucia. En cuanto tuve en mis manos aquella estropeada muñeca se alejó de mí bailando y saltando.
Cubrían las escaleras
con la saliva de los jugadores;
la tinta
goteaba en mi cráneo.
Ruido de campanas,
ruido de campanas,
ruido de campanas...