¿Qué pasaría si le dieran un lápiz a un desequilibrado mental?

sábado, 31 de diciembre de 2011

Conversación metatextual y metacrónica.

En un espacio completamente azul, desolado e infinito, dos señores, vestidos muy elegantes, con frac, pajarita y pantalones de pinza, discuten mientras fuman tabaco puro.
- Vaya manera de empezar, ¿No cree?
- ¿De qué habla?
- Pues de que se habrá quedado a gusto el que escribió esto, y encima se creerá un creador, o qué sé yo.
- Pero oiga, ¿no teníamos que hablar sobre una de las églogas de Garcilaso y hacer como si estuviéramos dentro del poema, para después volver a salir, hablar con la propia Isabel Freyre y crear así un ambiente confuso, a la vez que ridículo?
- Por favor… no me toque los…
- ¿Pero qué le pasa?
- Hombre, pues que este escritor de pacotilla, nos pone en un espacio, que parece el escenario donde se hacen videos con croma… ¿Y quieres que hable yo de poetas petrarquistas? ¡Anda ya!
- Pues tiene usted razón, encima nos viste de esta manera. ¿Sabe? Yo porque estoy pasando una mala racha, porque si no yo no hacía el payaso de esta manera; encima mi mujer no hace otra cosa si no hostigarme en que encuentre trabajo.
- Estoy en la misma situación que usted, lo que en mi caso es mi madre la que me obliga a realizar estos trabajos.
- ¿Pero qué edad tiene usted?
- ¿Yo? Esto… 40.
- Lo envidio, ojalá pudiera yo seguir viviendo con mis padres. Mi mujer es una amargada.
- Por cierto… ¿Te has fijado en el título de este relato? ¡Qué ridículo!
- ¿De dónde lo habrá sacado?
- No lo sé, pero es que encima se creerá que le da cierto ambiente misterioso, o yo qué sé.
- ¿Pero qué es eso de metacrónico?
- Yo espero que esto se lea en círculos cerrados, porque madre mía, que vergüenza como lo lea alguno de mis amigos.
- Pero si esto sólo lo leen sus propios amigos, y porque los engancha poniéndolos en un compromiso para que lo lean.
- ¡Encima pesado!
- Qué bochorno, la verdad
- Mire, yo me voy…
- No, no se vaya, que si no, no cobramos.
- ¿Pero qué voy a cobrar? Si este tío no tiene ni un duro.
- Venga, va… vamos a ponernos serios, hablemos de algo relacionado con el título.
- ¿Qué hora es?
- Las 8:30.
- Muy bien, pues ahí tienes la metacronicidad. ¡Venga, me voy!
- ¡Oiga! Espérese aquí un momento.
- Bueno, pero voy a tirar ya este puro, porque a mí no me gusta fumar, yo no fumo y estoy asqueado con este sabor en la boca.
- Yo también lo voy a tirar.
- A ver, cuénteme… ¿Qué quiere?
- Que yo necesito el dinero, no puede irse, porque tampoco me pagarán a mí. Y si no llevo dinero a casa, mi mujer me mata. ¡Qué tengo tres bocas que alimentar! Encima tienen ya entre 30 y 40 años y no se me van de casa.
- ¡Me está cansando! Le repito, este escritorcillo no tiene dinero.
- ¿Y ahora qué hago yo?
- Pues marcharte, como voy a hacer yo ahora mismo.
- Pues se va a enterar… porque me las voy a cobrar a mi manera.
- ¿Qué dices?
- Si yo digo algo, los que están leyendo esta bazofia, lo leerán también, ¿no?
- Claro, pero no veo a dónde quiere llegar.
- Mire, mire… estoy leyendo y soy estúpido.
- ¿Pero qué dice?
- ¡Jajajaja! ¡Qué gracioso, el lector acaba de decir eso!
- No, lo ha dicho usted. ¿No ves que ha puesto un guión antes de hablar?
- Bueno pues a ver así…
Estoy leyendo esto y soy gilipollas, porque es la segunda vez que me hacen decirlo y sigo leyendo. GRAFIGUETINOMINACULOTETITAS. ¡CACA!
- ¿Qué ha sido eso del final?
- No sé, me he emocionado y se me ha ido la cabeza.
- Es usted un psicópata.
- Será igual que usted.
- No se equivoca… Bueno, a lo que íbamos que ahora gran parte de los lectores habrán dejado de leer y no volverán a leer nada de este escritorcillo nunca más.
- ¿Pero sabes que alguno que otro seguirá leyendo no?
- Pues mira que hay gente estúpida.
- ¡Vamos a insultarlos!
- ¡Subnormal!
- ¡Lector de pacotilla!
- ¡Hijo de puta!
- Oye ahí te has pasado, que eso son palabras mayores.
- ¡Perdón! Me he emocionado y se me ha ido de las manos.
- Ahora sí que no cobraremos nada…
- ¡Pero si te he dicho que no tiene dinero! Es más, no existimos.
- ¿Cómo que no?
- Pues claro que no.
- ¡Qué asco! Yo qué pensaba cobrar.
- Ya no le discuto más, me tiene harto… Bueno, ¿nos vamos o qué?
- ¿Y el relato este?
- Mire a estas alturas, nadie lo estará leyendo, así que podemos irnos tranquilos.
- Ahí tienes razón. Pero, oiga, ya que no existimos, vamos a desaparecer que es más espectacular.
- Vale.
- Pues venga, que le den al escritor, al lector y a todos los que tienen la suerte de existir.
- ¡Ahí te quedas!

sábado, 17 de diciembre de 2011

Rezo a una iglesia de aire que sangraba café.

Esas cabezas,
sándwiches de arena, saludan
y forman con saliva
una iglesia en polvo,
en bigotes,
en tosca.
Como picotazos,
las uñas de rumores
flotan en tijeretas
frente a una cruz de aire.
Vuelan corujas
buscando números pares
bajo riscos de tomate,
o cafeteras lanzadoras de cuchillos.
Como picotazos,
las uñas de rumores
flotan en tijeretas
frente a un santo de aire.
Persiguen, siniestras,
los contornos de las campanas,
formadas por hormigas en huelga,
fabricadas por toallas en escorso.
Como picotazos,
las uñas de rumores
flotan en tijeretas
frente a un sacerdote de aire.
El cuchicheo o invocaciones, que hace lanzar
burgados fuera de los pozuelos,
espera ser reconstruido
en eterna eficacia
primitiva.
Como picotazos,
las uñas de rumores
flotan en tijeretas
frente a una iglesia de aire.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Escrito en do anaranjado.

No me quedará otro remedio, si no adorar a las mariposas que me obligan a mantener relaciones sexuales con ratas enamoradas de cucarachas.
Tan silencioso.
Tan mediano.
Tan inconexo.
Tan lento.
Sólo puedo pensar en cómo las puertas se resquebrajan, dejando que los puñetazos temporales limiten a mis peces metálicos, a mis sombras muertas, a mis estridentes cuerdas…
Tan inarmónico.
Tan obediente.
Tan boquiabierto.
Tan inseguro.
Pero los peces se ahogan, las sombras son degolladas, y las cuerdas… las cuerdas… mejor no hablar de las cuerdas.
Tan patéticamente amargo.

sábado, 3 de diciembre de 2011

El sueño turbado

A las tres de la madrugada, un golpe seco y ruidoso despertó al señor Quinterillo, su acto reflejo fue coger la escopeta que guardaba debajo de su cama.
- ¿Qué pasa? – preguntó su mujer al notar el sobre salto de su marido.
- He oído algo. Voy a mirar. ¿Quién anda ahí? – preguntó dirigiéndose al intruso.
- Yo. – se oyó una voz al otro lado del pasillo.
- ¡Identifícate o abro fuego, hijo de puta!
- Oiga, sin faltar, qué usted no conoció a mi madre. Vengo en son de paz.
Desde la oscuridad se empezó a formar una figura que llegó hasta el marco de la puerta de la habitación, dejándose dilucidar la silueta negra de un hombre.
- ¿Quién eres?
- Me llamo Paco.
- ¿Paco? – dijo el Señor Quinterillo mirando desconfiado. -¿tu eres Paquito, el hijo de doña Agustina, en paz descanse?
- Si.
- Pues hijo, si, conocía a tu madre y era un poco calentorra.
- ¡Oiga!
- Bueno, hijo. – dijo bajando el arma. - ¿Qué haces?
- Yo es que venía a ver si conseguía algo de dinero, la cosa está muy mal, ya sabe.
- Miguelina, ¿tienes algo suelto para darle al muchacho?
- ¡No! Yo no tengo nada… - dijo saliendo de la cama y pegándose contra el armario, levantando las manos.
- ¿Pero usted también va armada señora? – preguntó al ver un extraño bulto bajo el camisón de la mujer.
- No, es que he tenido un sueño erótico. – se disculpó sonrosada.
- Métete en la cama, que vas enseñando tus encantos por ahí… Bueno, a lo que íbamos ¿cómo entras así en mi casa? ¿Que yo he dado todo por este pueblo y lo único que he conseguido son críticas? He hecho fiestas buenísimas, hago unas comidas exquisitas en mi nuevo chiringuito, luego hago…
- Las comidas las hago yo. – protestó la mujer.
- Bueno… pero si no fuera por mis ideas…
- Oigan, – interrumpió el ladrón – me iban a dar dinero.
- Es verdad, toma unas monedas.
- ¡Gracias!
- ¡Yo no aguanto más! – exclamó una voz que salía del interior de las sábanas, saliendo de ellas luego un señor con un barba engominada. – ¡Qué agobio! ¡Encima en mitad del orgasmo!
- ¿Y usted quién es? – preguntó el señor Quinterillo.
- Yo estaba aquí… ejem, pues… descansando; pero ustedes no paran de hablar, no me dejan dormir. ¡Me voy!
- ¡Oye! – se oyó otra voz desde el interior de las sábanas - ¿y a mí me dejas aquí?
- ¿Y esa voz? – se preguntó el señor Quinterillo.
Una cabeza de un señor negro salió por los laterales de la cama y saludo a la concurrencia, para luego volverse a meter, provocando un murmullo multitudinario bajo la colcha.
- ¡No te vayas! – gritó la mujer.
- ¿Pero Miguelina, tú lo conoces?
- No, pero me da penita, que se vaya así… ¿Quieres tomarte algo?
- No, gracias señora.
- ¿Un refresquito?, ¿un café?, ¿unos dulcitos? ¿algo?
- Si tienen agua congelada, tomaría un trago.
- Lo siento, pero sólo tenemos agua del grifo.
- Entonces no, mejor me voy adiós. – dijo mientras se marchaba con un estrambótico paso arqueado.
- ¿Y tú? – preguntó la señora dirigiéndose al muchacho que venía a robar - ¿Quieres tomar algo?
- No, no, de verdad, muchísimas gracias, con esto ya estoy servido. Espero no haber molestado demasiado y perdonen por el jarrón que usaban de cenicero que he roto.
- ¿Jarrón? ¿Cenicero? Si aquí nadie fuma– preguntó extrañada la mujer.
- Si, el negro con borlas doradas.
- ¡Me cago en…! Esas eran las cenizas de mi madre.
Paco tuvo que salir corriendo de aquella casa, pues el señor Quinterillo lo siguió detrás con su escopeta y con insultos varios.