A las tres de la madrugada, un golpe seco y ruidoso despertó al señor Quinterillo, su acto reflejo fue coger la escopeta que guardaba debajo de su cama.
- ¿Qué pasa? – preguntó su mujer al notar el sobre salto de su marido.
- He oído algo. Voy a mirar. ¿Quién anda ahí? – preguntó dirigiéndose al intruso.
- Yo. – se oyó una voz al otro lado del pasillo.
- ¡Identifícate o abro fuego, hijo de puta!
- Oiga, sin faltar, qué usted no conoció a mi madre. Vengo en son de paz.
Desde la oscuridad se empezó a formar una figura que llegó hasta el marco de la puerta de la habitación, dejándose dilucidar la silueta negra de un hombre.
- ¿Quién eres?
- Me llamo Paco.
- ¿Paco? – dijo el Señor Quinterillo mirando desconfiado. -¿tu eres Paquito, el hijo de doña Agustina, en paz descanse?
- Si.
- Pues hijo, si, conocía a tu madre y era un poco calentorra.
- ¡Oiga!
- Bueno, hijo. – dijo bajando el arma. - ¿Qué haces?
- Yo es que venía a ver si conseguía algo de dinero, la cosa está muy mal, ya sabe.
- Miguelina, ¿tienes algo suelto para darle al muchacho?
- ¡No! Yo no tengo nada… - dijo saliendo de la cama y pegándose contra el armario, levantando las manos.
- ¿Pero usted también va armada señora? – preguntó al ver un extraño bulto bajo el camisón de la mujer.
- No, es que he tenido un sueño erótico. – se disculpó sonrosada.
- Métete en la cama, que vas enseñando tus encantos por ahí… Bueno, a lo que íbamos ¿cómo entras así en mi casa? ¿Que yo he dado todo por este pueblo y lo único que he conseguido son críticas? He hecho fiestas buenísimas, hago unas comidas exquisitas en mi nuevo chiringuito, luego hago…
- Las comidas las hago yo. – protestó la mujer.
- Bueno… pero si no fuera por mis ideas…
- Oigan, – interrumpió el ladrón – me iban a dar dinero.
- Es verdad, toma unas monedas.
- ¡Gracias!
- ¡Yo no aguanto más! – exclamó una voz que salía del interior de las sábanas, saliendo de ellas luego un señor con un barba engominada. – ¡Qué agobio! ¡Encima en mitad del orgasmo!
- ¿Y usted quién es? – preguntó el señor Quinterillo.
- Yo estaba aquí… ejem, pues… descansando; pero ustedes no paran de hablar, no me dejan dormir. ¡Me voy!
- ¡Oye! – se oyó otra voz desde el interior de las sábanas - ¿y a mí me dejas aquí?
- ¿Y esa voz? – se preguntó el señor Quinterillo.
Una cabeza de un señor negro salió por los laterales de la cama y saludo a la concurrencia, para luego volverse a meter, provocando un murmullo multitudinario bajo la colcha.
- ¡No te vayas! – gritó la mujer.
- ¿Pero Miguelina, tú lo conoces?
- No, pero me da penita, que se vaya así… ¿Quieres tomarte algo?
- No, gracias señora.
- ¿Un refresquito?, ¿un café?, ¿unos dulcitos? ¿algo?
- Si tienen agua congelada, tomaría un trago.
- Lo siento, pero sólo tenemos agua del grifo.
- Entonces no, mejor me voy adiós. – dijo mientras se marchaba con un estrambótico paso arqueado.
- ¿Y tú? – preguntó la señora dirigiéndose al muchacho que venía a robar - ¿Quieres tomar algo?
- No, no, de verdad, muchísimas gracias, con esto ya estoy servido. Espero no haber molestado demasiado y perdonen por el jarrón que usaban de cenicero que he roto.
- ¿Jarrón? ¿Cenicero? Si aquí nadie fuma– preguntó extrañada la mujer.
- Si, el negro con borlas doradas.
- ¡Me cago en…! Esas eran las cenizas de mi madre.
Paco tuvo que salir corriendo de aquella casa, pues el señor Quinterillo lo siguió detrás con su escopeta y con insultos varios.
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