¿Qué pasaría si le dieran un lápiz a un desequilibrado mental?

sábado, 30 de octubre de 2010

¡Estoy aquí!


¡Estoy aquí! ¿Ya me conoces?

sábado, 23 de octubre de 2010

Arena negra.

Su piel, del color de su virgen,
moldeo con la mía, en sus poros
abro profundos huecos infinitos;
con mis manos formo surcos
como montañas que cuentan cosas de ella,
las perfecciono acariciándolas.
Me revuelco sobre ella
intentando alisarla, que vuelva al estado anterior.
Su cuello de espiga
lo adorna una cruz de musgo
que al darle el sol,
relampaguea como campanas doradas
de una iglesia sin sacerdote.
Me baño entre sus ojos cristalinos,
al darme cuenta
que mis esmaltados huesos
tienen granos de su acenizada piel.
Chapoteo su iris intentando
quedarme con su azul cielo
pero entre mis arrugadas manos se disuelve
el color cristalino.
Me hundo buceando
hasta encontrar sus labios rojos,
con su tacto afilado
que acaricia mis dedos.
No puedo evitar formar sus senos,
al salir empapado de sus lágrimas,
ni buscar en sus profundos y húmedos agujeros.
Allí, junto a ella,
notando el calor de sus poros,
me seco con el sol
y el ardiente fuego de su arena.

sábado, 16 de octubre de 2010

De año azul.

Miro mi reloj, pero no marca ninguna hora,
marca un siete enorme y brillante;
lleno de recuerdos;
de letras que van y vienen
como mariposas que con sus alas hacen cosquillas;
de miradas ante unos escalones,
parecen tan grandes, tan difíciles de subir,
pero tan pequeños para mirarte con los labios.
Repleto de caricias en las marcas
que han dejado las ortiguillas;
de películas espantosas
adornadas con la publicidad de nuestros besos.
Siete marca la aguja menor.
Un siete con su tronco
que sonríe alegremente tarareando una canción;
un siete con sus dos ramas florecidas,
mirándose fijamente, como nosotros,
separados,
esperando el momento justo para…
Me dejaré caer sobre ti,
deformaremos este siete,
de castigo condicional
No dejaremos que se forme el número siguiente,
lo tumbaremos, nos revolcaremos,
será entonces un infinito.
Un infinito eterno,
un infinito para siempre,
un infinito de ramas entrelazadas,
serán siete infinitos que se olvidarán de mirarse,
porque sólo habrá un horizonte.

sábado, 9 de octubre de 2010

Cosas de pueblo.

- Aquel señor, que quizás lo conozcas, al menos de vista, el que llevaba el perro amarrado con una soga que luego se la daba a su mujer para que la utilizara para tender la ropa.
- Pues no sé.

- Era primo de aquel chico tan simpático, que se paseaba por la calle en traje de mujer, enseñaba su miembro a los extranjeros, y ellos se sacan fotos con él.

- No caigo ahora.

- Si, que tenía una prima, la cual se enamoró de una muchacha, que creía muchacha, porque luego resultó tener pene, y que pene.

- ¿Qué luego la vistió de marinerita?

- No, esa fue otra a la que le pasó algo parecido. A ver, este dicho hombre solía ir con un amigo, que se emborrachaba con agua del retrete mezclada con cola, porque todo el mundo le decía que era whisky. Luego este hombre cuando se enteró de todo, dejó a su mujer y a sus hijos pelirrojos por otra familia, que tenía una tienda de artículos de baño. No duró mucho porque sus nuevos padres limpiaban el baño con lejía.
- Si, pero ese supuesto borrachín tenía muchos amigos aquí.
- Si, fueron todos a su entierro, pero él que yo te estoy diciendo tenía un hijo que una vez meo al cura diciéndole que estaba meando la sangre de Cristo, porque había entrado a escondidas con otro chico en la iglesia y se había bebido todo el vino.
- ¿Ese no era el hijo del que decían que corría al revés para intentar ser más joven? Qué al final creo que no lo consiguió.
- No, no lo consiguió, murió al cruzar la calle sin mirar; pero ese era el padre del otro chico que ayudó a bautizar al párroco. El señor que yo te digo tenía una marca de nacimiento en la nalga derecha con forma de oso polar tocando un flageolet doble por detrás.
- ¡Ah! Ya sé, ¿Qué le pasa?
- Qué se murió.

viernes, 1 de octubre de 2010

Ventana de desamor.

El negro reviste todo menos una ventana;
todo está oscuro menos unas lágrimas brillantes:
un corazón enamorado llora una pérdida,
y sus lágrimas se convierten en el cielo en diamantes.

La luna acaricia su mejilla mientras le susurra,
y las gotas de sus ojos lucen en el negro cielo;
un grillo canta una triste balada algo monótona,
al oírlo se le enreda la tristeza aun más en su pelo.

La rabia recorre sus venas junto con la sangre,
pero su vista perdida en algún punto lejano
muestra la melancolía de la soledad eterna,
y la desesperación con la herida de su mano.

Llorará desconsolada todas las noches si hace falta,
pues quiere acabar en esa ventada deshidratada;
nada volverá a ser como antes, ni como siempre quiso,
todo ha sucedido y en su pecho se ha clavado una espada.