¿Qué pasaría si le dieran un lápiz a un desequilibrado mental?

sábado, 23 de febrero de 2013

Descendencia invertida con final trágico.


Sintió que aquel niño revoltoso era su hijo y lo miró con ojos de paternidad. Si fuera su hijo de verdad le fabricaría una pelota con sus intestinos.
No se reconocen.
Cuando lo llamó su madre, el niño sintió inexplicablemente lo que se siente cuando se pierde un padre.
No se reconocen.
Le habían comentando que debajo de su casa se escondía una B enterrada; escarbó, pero allí sólo encontró una remolacha que se deshizo en millones de gusanos, los cuales se evaporaron en insultos.
No se reconocen.
Lo volvió a ver, sólo habían pasado unas horas y ya había cumplido cuarenta años, ¿Quién era hijo de quien?
No se reconocen.
Le contó el suceso de la remolacha y modificó la historia para que tuviera un final feliz. No sólo no lo creyó sino que le contó la historia verdadera.
No se reconocen.
Quisimos cometer un parricidio y al no diferenciarnos, nos matamos los dos. Lloro ahora la perdida.
No se reconocen.

sábado, 9 de febrero de 2013

Tramitación azufrada en candados de luces


El joven muchacho abrió la carta que le apareció en el bolsillo y la leyó para sí:

"Fírmalo. Ya sabes que la inspiración es negra.
Yo barajaré insistentemente y tú cortarás el mazo por donde mejor te convenga. Esa, esa será tu carta hasta el resto de tus días.
Fírmalo. Ya sabes que la inspiración es negra.
Aprovecha, pues el corazón se te ha agujereado y el líquido viscoso goteará, querrá salir. Siempre puedes aprovechar tu carta y remendarlo; aun así aprovecha, pues no aguantará más de veintisiete años.
Fírmalo. Ya sabes que la inspiración es negra.
No temas de las urnas, no temas de los agujeros en el suelo, no temas del calor. ¿No te gusta el nuevo aspecto de tu compañera? Ya no es tierna, juguetona, infantil; pero dale tiempo, muy poco tiempo, y te sorprenderá.
Fírmalo. Ya sabes que la inspiración es negra."

sábado, 2 de febrero de 2013

Confesión matrimonial de Federico Ferigi (envuelta en pequeñísimos candados).

Jacqueline, amor mío, ha muerto Enrique Alcabia. No, no digas nada, sé que dirás que yo no tuve nada que ver, a pesar de que organicé mal la fiesta… escucha antes de hablar… sí que tuve que ver; podía haber contratado más prostitutas, seguro que así todos hubieran estado más entretenidos y a nadie se le habría ocurrido acabar de esa manera una fiesta. Si he de ser sincero, no me puse triste cuando lo mataron, es más, me alegré. ¿Qué dices? No, no me caía mal, pero se merecía morir. No, no, nunca hizo nada malo, pero tampoco bueno. Mira, Jacqueline, si me vas a contradecir, no te cuento nada. ¡Escucha! Es que yo tenía ganas de matarlo, y no lo hice porque era el anfitrión, pero si no, allí mismo le hubiera pegado un tiro en la sien, ¿Qué digo? Lo hubiera abierto como se abre a los lechones antes de asarlos, y hubiera esperado a que se desangrara. No estoy enfermo, ¡Jacqueline, no lo estoy! ¿Qué pasa, nadie puede desear la muerte de otra persona? ¿No lo entiendes, princesa? Lo podía haber pintado ahí, tirado en el suelo, desangrándose, con una mueca que nunca un vivo podría poner; incluso podría haber pintado la sangre con su propia sangre, podría haber traspasado la frontera que creó Magritte, porque podría haber dicho eso sí que es sangre. ¡Qué estúpida eres! Nunca entiendes nada. A ese hombre lo tenía que haber matado yo, y ahora tengo ganas de matar a su asesino, y no por venganza, sino por haberme quitado la oportunidad de poder matar a alguien. ¡Jacqueline, necesito matar a alguien! Es una necesidad que todo artista debe tener y no debe reprimir; me quitaron poder matar a Enrique Alcabia, pero mi próxima víctima no me la van a quitar. ¡No! ¡No quiero un yogurt! ¡Sabes que me sientan mal los lácteos! ¡Si no fueras una muñeca, Jacqueline, ya te hubiera matado!