¿Qué pasaría si le dieran un lápiz a un desequilibrado mental?

sábado, 24 de septiembre de 2011

El regreso de las amarguras

Volverán a este muelle
las naranjas flotantes,
cuyas cáscaras serán lamidas
por muchachos
que desconocen las perchas del rascacio.
Volverán a este muelle.
Volverán
después de que las liñas se aceiten
o los calzoncillos de pescadores orondos
se dejen acartonar
con pequeños oasis salados;
pero volverán.
volverán simplemente
porque tienen que volver,
aunque las viejas dejen de esconder pelotas,
olviden como volar
en sus giros de cogote,
o no recuerden como hacer el toque de dedos.
Cuando vuelvan
las niñas robarán pandorgas
llenas de cafeteras que reinan,
que escuchan los amoríos
antes de vomitar en puñalada,
y gritan, gritan, anunciando que
volverán a este muelle.

sábado, 17 de septiembre de 2011

La última broma

Tenía que investigar la extraña muerte de Benito Parrales, quien había sido hasta entonces el alcalde durante veinte años seguidos del pueblo de San Bartolomé de las escalinatas contrapuestas al tuntún, donde se sospechaba el pucherazo.
Fue encontrado en avanzado estado de descomposición, completamente desnudo en la plaza del pueblo con un macaco vestido de señora enganchada a los habanos, y adiestrado para que hiciera movimientos pélvicos de fecundación en su cabeza.
Acariciando sensualmente mi placa para que los que se cruzaban conmigo supieran mi profesión me dirigí al tanatorio, donde le darían al difunto el último adiós.
- Perdone que la moleste. – interrumpí a una señora que acariciaba la entrepierna del muerto con lástima – Mi más sentido pésame. Usted debe ser la mujer de Benito.
- No, la esposa del señor Parrales es esa que nos mira fijamente.
- ¿Quién es usted entonces, señorita?
- Su “prosti” favorita, como él me decía. ¡Qué pene se va aquí! Se venía al club y se pasaba horas y horas haciendo el reloj con su falo semierecto. A veces se escabullía sin pagar, pero… ¡Ay! Lo hacía con tanta astucia que no nos atrevíamos a decirle nada.
- ¿Frecuentaba muchos sitios de alterne?
- Me supongo que sólo venía al nuestro, pues todo el día estaba con nosotras. Le encantaba hacerle bromas a los clientes novatos, iba él en vez de una chica y se insinuaba. Como nos reíamos.
- ¿Bebía?
- Sí, mucho además, siempre llevaba una cantimplora de explorador con ginebra y una brújula. Decía muchas veces que se iba a investigar y luchar con leones.
- ¿Se ponía violento cuando iba bebido?
- Sólo insultaba, pero nadie se lo tenía en cuenta. Muchas veces, nos lo decía de cariño.
- Gracias por colaborar con la policía, señorita, no tengo más preguntas – dije levantándome el sombrero invisible igual que hacían los sheriffs en las películas del oeste.
Di varios pasos hacia donde se encontraba su mujer sentada en un enorme sofá. Apoyé la rodilla en el suelo para ponerme a su altura.
- Mi más sentido pésame, ¿Es usted la esposa verdad?
- Si, junto con ella – contestó señalando con el pulgar a una mujer con espeso bigote que estaba a su derecha.
- ¿Cómo podía tener dos mujeres? – pregunté asombrado.
- A nosotras no nos diga nada, nos acabamos de enterar hoy – contestaron casi al unísono.
- ¿Pero ninguna notó la ausencia?
- Ahora me cuadra todo – dijo la del Bigote – siempre me decía que iba a un campamento de golf, pero no tenía ni palos ni pelotas.
- Ya, a mí me decía que iba a los de tenis, pero nunca lo vi, ni con raqueta, ni con pelota alguna.
- Las guardaba en nuestra casa.
- ¿Cómo dices, perra? – gritó con odio.
- ¿A quién llamas perra, roba maridos? – preguntó con su enorme mostacho vibrando.
- ¡Señoras! – intervine intentando poner paz, a pesar de que resultaba divertido verlas reñir. - ¡No discutan, por favor! ¿Saben si tenía algún enemigo?
- Pues muchos, debía y robaba dinero no sólo al ayuntamiento si no a un montón de gente. Me quitaba dinero hasta a mí, me hablaba de una dote que nunca recibió o no sé que regalo de boda.
- Si eso dice ella… - añadió la del labio superior descubierto – lo que pasa es que mi marido era muy bromista, le encantaba regalarle a los borrachitos del barrio cartones de vino caducado para verlos sufrir de diarrea. También se lo pasaba en grande llenándose de tierra y colocándose al lado de los que pedían limosna por fuera de la iglesia, quitándoles así todos los donativos. El problema es que la gente hoy en día no tiene humor y si no que se lo pregunten a Enrique Alcabia cuando…
Fue justo en ese momento cuando dejé de oír a una de las esposas del muerto para escuchar como detrás de mí dos señoras mayores, una extremadamente flaca y alta, mientras que la otra era baja y gorda. Formando éstas el dúo más estrambótico jamás visto, hacían como que susurraban, pero en verdad hablaban haciendo que toda la sala las escuchase.
- ¿Quién es este policía? – le preguntó la más baja tocándome la espinilla con el dedo.
- Creo que ha venido a investigar la muerte del alcalde.
- Ya no tienen respeto por la muerte.
- Señoras – intervine inmediatamente - ¿Necesitan algo?
- ¡Señoritas, por favor! ¡Qué todavía estamos castas y puras! – exclamó la más flaca mostrando la indignación en sus ojos.
- Mire, ¿Lo ve? – Añadió la otra intentando enseñarme el himen.
A pesar de mi cara contraída, me obligaron a que lo tocara, con motivo de que no fuera por ahí contando que no son vírgenes.
- Las creo, señoritas – respondí limpiándome los restos de flujo, orines y telarañas en el uniforme. - ¿Conocían al alcalde, el señor Benito?
- Como para no conocerlo.
- Ya te digo, cuando pasaba delante nuestro y lo mirábamos mucho, comenzaba a masturbarse, nos decía obscenidades, ¿Verdad, Puri?
- Una vez nos intentó emborrachar para aprovecharse de nosotras.
- Él nos decía que era sólo por nuestro dinero, pero yo estoy completamente segura que quería violarnos. Dos señoritas que protegen su honor con tanta fiereza tuvieron que atraer sus más viriles instintos.
- ¿Creen que pudo haber sido la oposición la causante de esto?
- ¿Qué oposición? Si era el único partido político de este pueblo.
- Hacía lo que quería, - comentó ahora la vieja más espigada – a los obreros de aquí, cuando se tenían que agachar para recoger bloques, amasar el cemento o lo que fuera, les agarraba fuertemente los testículos por detrás.
- Defendía estas acciones diciendo que eran por su bien, para que aprendieran a agacharse y así poder ahorrar al pueblo de personas no productivas con hernias o espaldas inservibles.
- Muchas gracias señoritas, por su colaboración, no tengo ninguna pregunta más.
- ¿No nos va a violar?
- Nos quiere violar, ha visto nuestro jardín y nos quiere desflorar.
- No, yo no pretendo… tengo mujer e hijos, no…
Viendo que mis palabras no servían para calmar a aquellas momias que todavía no habían conocido varón, tuve que salir corriendo del tanatorio y refugiarme en el primer bar.
Después de varios tragos, sigo sin saber quién pudo ser el asesino del alcalde, pero aun así, no importa, tampoco soy policía. En verdad venía de una fiesta de disfraces en la que perdí a mis compañeros. Conmigo iba un amerindio, un constructor, un bombero, un militar, un motero y un vaquero, espero se las sepan arreglar sin mí.

sábado, 3 de septiembre de 2011

El callejón de los milagros marroquíes

Carreras
con olor a orines
de aceras amotinadas sin control.

Gritos
adobados en barro
como vómitos de asfalto infantil.

Ejercito de soldados
con las cabezas hambrientas,
que esperan las bicicletas con Revilla.

Saltos
con sabor a sudor de sillas
para las viejas.

Caídas
a la croqueta piramidal
Igual que las raspaduras de nubes.

Ejercito de soldados
con las cabezas hambrientas,
que esperan las bicicletas con Revilla.

Batallas
que escupen pelotas
en función de la cantidad de cristales.

Patadas
como crines saladas
que construyen tractores o gongos infinitos.

Ejercito de soldados
con las cabezas hambrientas,
que esperan las bicicletas con Revilla.