Se había construido un fuerte con
sus restos, para guarecerse, protegerse,
defenderse o pernoctar. Yo, a pesar de su fragilidad, me decantaba por el
castillo de naipes. Esperaba en posición fetal un ataque inminente, pero los enchufes
se volvieron contra mí.
La niña esparcía con aire inhumano
unos huesos con extrañas formas por el suelo. Los lanzaba formando figuras,
formando caminos.Cuando la sorprendí
dormía enroscada
sobre las teclas
de un piano roto.
La guarida se deshizo en diminutas esfinges, que como polvo se quedaron suspendidas en el aire, haciendo remolinos como si fueran candados.
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