Tocaba
los bordes y las juntas sólo para confirmar si era cierto que las tres tumbas
sentían celos de los gatos.
Su
aliento nauseabundo
se
colaba por entre las rendijas
como
una madre
pasea
a su hijo
sabiendo
que se lo han cambiado
por
un adolescente.
Las
escaleras mecánicas se encrespaban, la ropa interior se acuchillaba, los
relojes insultaban y él dejaba de ser protagonista.
Todo
era culpa de los buscatesoros y por eso el recuerdo de los toldos pasaba a ser comunitario,
junto con el ahogamiento psíquico, los heridos de guerra, la parálisis
ancestral , los olores de no cualquier mesías, los payasos con saxofón y la
espera en los eneros.
No
obstante, su misión era apretar el émbolo, y así entorpecer las chimeneas, las
bocas y las dentaduras; esto, aunque yo no quisiera, incitaba el ladrido sexual
y las mochilas de bisagras.