Camino de arena negra azulada
seca y agrietada
por donde piso con mis descalzos pies,
mis pies diminutos y arrugados;
en un cielo rojizo brillante
se intercambiar cada minuto
el sol y la luna para insultarme.
Esquivo sin mucho éxito
las agujas que unos relojes malhumorados me lanzan,
minuteros atravesándome,
péndulos golpeando mi cabeza,
mientras un fluido marrón podrido y viscoso
chorrea flotando por mi cuerpo
dolorido y amarillo ocre;
negro, rojo, marrón y amarillo
se funden, me empujan a correr.
Te deslumbro en las montañas de ventanas
con las viejas que me señalan,
de entre la cándida luz que ocupa todo te veo.
Tú, foco de luz
bajo un arrayán caliente
y tapándote con rosas de sangre
me gritas el aroma a albaricoque
que recubre tu cuerpo.
Subo retorciéndome las uñas,
que van cayendo hacia atrás,
llego a la cima, me tiro para abrazarte;
caigo al suelo con un sabor a excremento;
oigo las risas entrecortadas,
pero sólo veo sus narices acusadoras,
que se clavan en mis ojos sangrantes de terror.
Serán estigmas de telas negras
que abrazarán los filos sin dolor de los cuchillos.
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