Antifaz con alma de querubín idiota,
martillazos de indecisión
como unas orejas de burro en un gorro cónico.
Mi garganta sangra sin haber hablado,
porque mis gritos no son perceptibles;
son como las patas afiladas de las cucarachas
que pasean por mi tráquea,
susurrando con vocecillas tétricas:
-¡Déjanos volar a las bocas
que no paran de mirar!
¡Seremos la plaga
igual que un viscoso bofetón de negación!
...las trago,
pero siguen aullando en silencio.
Ojalá tuviera ojos de porcelana
de cristal, de papel
o de piel seca de serpiente,
para hacerlos desaparecer con mi alma
y enseñar mis profundas cuencas,
las cuales muestran el no de muerte.
Mis pupilas son de hierro forjado
con tacto de seda,
adornado con ribetes agradables,
como los cachetes colorados
de un recién nacido.
Si pudiera calzarme
las jarras de boca estrecha
que nunca utilicé,
si pudiera balancear de un lado a otro
mi cabeza,
como el pájaro de juguete
que sube y baja sin descanso,
ignorando al niño que lo intenta detener con el dedo.
¿Qué pasaría?
¿Llegaría a la asertividad?
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