Bueno, ya que estamos todos aquí reunidos explicaré una curiosa anécdota que, conociendo a más de uno, seguro entusiasmará:
Yo estaba sumido escribiendo en mi máquina de escribir, una máquina de escribir que perteneció a mi tatarabuelo, y que ha pasado de generación en generación hasta mí; pero de pronto comencé a escuchar una música de marcha que provenía de la calle y que poco a poco se escuchaba más alta. Un joven muchacho, interrumpiendo mi hora programada para la escritura, entró en mi despachó.
- Mire por la ventana, mire por la ventana. – gritó.
Haciéndole caso, nos asomamos los dos por la ventana, y observamos como una comparsa de enmascarados, disfrazados con vestidos de múltiples colores, desfilaba por la calle.
- Yo conozco a esa chica. – dijo mientras señalaba a una con el dedo.
Luego empezó a lanzarle improperios, que según él los decía desde el cariño, hasta que otras muchachas que también desfilaban se sintieron ofendidas, mostrándolo con extraños gestos hacia nosotros. Después de una discusión verbal con aquellas chicas, el extraño muchacho se fue.
Yo pensaba seguir escribiendo, pero antes de que decidiera con que letra del alfabeto iba a seguir mi escritura, un golpe en la puerta hizo que tuviera que aplazarlo para más tarde. Al abrir la puerta me vi a una señora ya entrada en años, acompañada de dos adolescentes.
- ¿Dónde vive usted? – preguntó de sopetón.
- Donde mismo ha tocado.
- Pues quizás se salva del desahucio.
- ¿Cómo dice?
- En este bloque van a echar a gente de sus casas.
- ¿Y eso por qué?
- ¿Ha dejado usted la casa sola algunos días?
- Sí, ¿Pero eso a usted qué le importa?
- Pues me importa, porque no puede dejar la casa sola.
- Señora, ¿Quiere callarse? Usted no es mi casera, así que lárguese de mi vista, por favor.
Me disponía a cerrar la puerta, pero uno de los adolescentes me lo impedía poniendo el pie. Con un gran impulso empuje a los tres, haciendo que cayeran al piso y consiguiendo por fin cerrar la puerta de mi casa. Estaba jadeando por el esfuerzo y esperaba volver a mi tarea cuando cogiera de nuevo resuello, pero una voz me sacó de mis cavilaciones.
- ¡Camarero! ¡Esta sopa está fría!
- Perdón, ¿Qué dice?
- Tráigame otra.
- ¿Quién es usted?
- ¿Me podría traer un cortado? Si no, llamaré a mi padre, que es un camarero de los buenos.
- No le conozco.
- ¿Conoce a Juan Pedro?
- No.
- Creo que me he confundido de novela, adiós.
¡Qué odioso día aquel! Ahora un murmullo de multitud atrajo mi atención hacia la cocina. Allí gente conocida y no conocida me aplaudía y me vanagloriaba, paré todo aquello en cuanto vi intenciones de mantearme. No iban a hacerme caso, pero uno de los no invitados miró por la ventana que daba a un patio y alarmado, gritó:
- ¡Miren! Es esa chica que nos cae tan mal a todos.
Todos miramos por la ventana y observamos a esa chica que realmente nos caía mal a todos con la cabeza descomunal y dando saltos. Todos gritaron de pánico, y más aun cuando la enorme cabeza se giró y pareció habernos visto. El muchacho que se dio cuenta de la incómoda presencia, avispado cerró la cortina, impidiendo así que nos siguiera mirando. Recordé entonces, la tarea que había dejado pendiente así que con un enorme grito eché a todos de mi casa, y fue ahí cuando decidí escribir esta genial novela que todos pueden comprar.
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