Cuando los dos policías llegaron al cementerio casi todos se habían ido, sólo había una persona que bailaba moviendo los brazos en todas las direcciones. El cuerpo ya había sido sepultado y rezado, aunque sin querer se habían dejado una mano detrás que hacía un corte de manga.
- ¿Quién es usted? – preguntó furioso uno de los policías.
- ¿Habla usted mi idioma? - insistió el otro al ver que aquel hombre seguía bailando sin inmutarse.
- Este tío está sordo.
- Veras como ahora responde. – dijo mientras sacaba una pistola y le pegaba un disparo en el entrecejo - ¿Has visto?
- ¿Por qué le has disparado?
- Bueno, volvamos a lo nuestro… Debemos abrir la lápida, quizás eso esclarezca cosas sobre el caso.
- Pero si lo acaban de enterrar.
- ¿Quién es aquí el comandante?
- Querrá decir comisario…
- Quiero decir lo que me sale de mis cojones, así que a cavar, Rodríguez.
- Vale, pero no se enfurezca.
El delgaducho policía comenzó a cavar, y fue después de media hora cuando el comisario lo interrumpió.
- ¡Mira que eres inútil! ¿No ves que son nichos?
- Pero si ha sido usted el que…
- A callar y a picar, venga.
Con martillo y cincel comenzó a romper el nicho al que todavía no le habían puesto una lápida decente. No pasó mucho tiempo cuando se empezó a ver la madera del ataúd. El policía, obligado por el comisario, tuvo que arrastrar la caja, después de colocar el montacargas preparado para subirlas. El comisario se subió a las escaleras del montacargas y asomó la cabeza para ver el interior de la caja que acababa de abrir su subordinado.
- ¿Lo ve? – indicó el comisario - Pusieron su cadáver haciendo que sus rodillas tocaran sus orejas. Una posición severamente ridícula.
- ¿Y todo para qué, señor?
- ¿Pues para que va a ser? Como motivo de burla, o mejor dicho, de…
- ¿Humillación?
- Si, - contestó a la vez que le propinaba un cogotazo – pero no me interrumpas.
- Aquí no hay nada.
- ¿Te parece poco que lo hayan querido humillar?
- ¿Qué es esto? – preguntó el policía al ver un hilo que se introducía en uno de los bolsillos de la chaqueta y que salía del ataúd perdiéndose a lo lejos.
- Vamos a seguirlo.
Los dos siguieron aquella extraña cuerda que llegaba hasta el otro rincón del cementerio, encontrándose por el camino varios mejillones con plumas atados al cordón. El otro extremo se situaba en el bolsillo de un señor muerto que yacía en el suelo, el cual vestía sólo con una chaqueta de lentejuelas azules; éste sostenía unas cartulinas. Al alongarse los dos el cadáver, éste abrió los ojos y señalándolos dijo:
- La primera pregunta: ¿Cuántas levitas aparecieron en la obra representada de Enrique Gaspar?
- 3
- Correcto.
- Segunda pregunta: ¿Cuántos desmayos tuvieron sentido para la trama o línea argumental?
- Dos.
- Incorrecto. La respuesta era ninguna, ya que extrañamente no hubo ninguno.
- Esa me la sabía yo señor.
- Cállate, porque te arreo.
- Última pregunta y ya la decisiva. Ponemos en juego la tarjeta con la pista que les llevará a descubrir al asesino y un fin de semana romántico para dos personas en la Costa brava. Vamos, ¿Están preparados?
- Si, si.
- Tercera y última pregunta: Si los calamares rebozados escupen albóndigas de tuercas, ¿cómo será una almendra voladora que huyó sin conocer a sus padres y que además llevaba un Cristo con cuernos en su corazón?
- Alargada y con puntas de navaja en los extremos.
- Incorrecto; la respuesta correcta sería “Alargada y con puntas de navaja en el centro”.
- Esa también la sabía, señor.
- ¡Qué te calles! – exclamó el comisario dándole una colleja que resonó en todo el cementerio.
- No se preocupen queridos participantes, si abonan su ropa, les daré otra oportunidad.
- ¿Nos arriesgamos, señor?
- Pues claro, inútil. Venga, comienza a desnudarte.
- Vamos allá, pregunta extra: ¿Cómo se tituló la primera novela de escritor asesinado?
- Época de ventilación (Espacio de imitaciones).
- Correcto. Aquí tienen el vale para un fin de semana romántico para dos personas en la costa brava. Espero que se lo hayan pasado bien, y a ustedes queridos espectadores, los espero en el próximo asesinato.
- ¡Oiga! Señor, se olvida de la pista.
- Que despiste, aquí la tienen. – dijo el presentador muerto al meterse dos dedos en el ano, de dónde sacaba un papelito lentamente.
- ¿Qué es esto? – preguntó el comisario.
- Parece una dirección.
- Ya lo sé, imbécil. Seguro que es la dirección del asesino, vayamos sin demora. ¡Vamos al Cop-movil!
- ¿…al qué?
- Al coche patrulla quería decir.
Policía y comisario corrieron hacia la salida del cementerio, mientras tarareaban una animosa canción. Iban completamente desnudos, excepto el comisario que había conseguido salvar su placa y que llevaba clavada con un imperdible en el pezón izquierdo.
Al salir del campo santo, unas viejas viendo semejante cuadro, gritaron espantadas y les comenzaron a propinar bastonazos; sin embargo ellos no pararon de correr y tararear hasta que llegaron al coche patrulla. Una de las viejas saltó encima del capó justo cuando arrancaron el coche, pero con un astuto derrape se libraron de ella.
Las otras viejas seguían corriendo detrás con gran esfuerzo y alzando unos bastonazos. Una de ellas pegó un salto y seguidamente escucharon un estruendo en el techo del coche, que se aboyó con la forma de unos pies. En ningún momento dejaron de tararear, ni siquiera cuando vieron como las otras viejas se enganchaban a la parte trasera del coche con sus bastones. El comisario comenzó a maniobrar, dando frenazos, derrapes y conduciendo a gran velocidad, pero las señoras hacían gestos obscenos y enseñaban unos dentaduras postizas amarillas.
Al subordinado no le quedó otro remedio que sacar medio cuerpo por la ventanilla y comenzar a disparar. La que estaba en el techo comenzó a mirarlo desafiante enseñándole los dientes sucios y echándole un vaho putrefacto, pero él, sin dilación sostuvo el revólver y le pegó un tiro entre las cejas. Al mirar hacia atrás vio como una de las viejas se estaba subiendo al maletero, rápidamente con un disparo que le dio en el brazo, la dejó aturdida y dolorida, provocando su caída en la carretera, haciendo que comenzara a rodar. Sólo quedaba una que seguía enganchada al guardafangos del coche y que se movía en las curvas de un lado hacia otro. Intentó dispararle en la cabeza, pero todos los disparos fueron fallidos, así que optó por dispararle al bastón, rompiéndolo y provocando que la señora también cayera a la carretera, librándose así por fin de la última.
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