Si no vienen las diminutas pirañas
con dientes de aguja,
como los chorros de ácido
que escupen las calaveras de largas sonrisas,
ya corroerá mi estómago,
para llegar a mi cerebro derretido,
las costras de goma negra quemada.
Se pegan a mi piel
esas que parecen amistosas
con sus sonrisas de lana suave,
pero se quedan incrustadas
chupando sangre, succionando
pedruscos gigantes que traspasan por mi piel.
Flotando me quedo
o con la carne triturada,
los huesos tendidos al sol
cubriendo un cuero derretido
por la luz cenital de las dentaduras.
Grito perdigones de cimitarras
intentando romper los nimbos de mil linternas
que me cuelgan de las orejas
esas manos que creen que han tocado mi hígado,
que piensan que se han manchado de mi sangre,
pero no han roto mi mandíbula para sacar mis vértebras;
no se han fijado nunca
en mis zapatos en forma de jarras con boca estrecha.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario