Cuando ya no corren
los niños con cabeza de piano,
ni las viejas
de plumaje oscuro
se posan en los troncos cimentados;
entonces, pasean los bombillos
cogidos de la mano,
pero en mi espalda
se festejan los combates de cerraduras.
Aunque ya no se vean los cristales,
siguen cantando
como lágrimas de luces;
jadean saladas
escupiendo silencios envueltos en zumbidos,
pero en mi espalda
la lava de naranjas baila en piezas discontinuas.
En las venas
crecen ventanas de clara;
flotan buscando a la tortuga,
que susurra a las caballas
dejando dormir sus rayas en cortinas
una nana sobre las teclas sin ortodoncia,
pero en mi espalda
de los surcos brotan los esqueletos de los erizos.
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Evocador. Me trae lugares que surgían, y aún retengo, en mi mente.
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