sábado, 21 de julio de 2012
La comparación no era el peor de los males
Era la hora de los visitantes. Entraron entre empujones y gritos como si el día de mañana estuviese sobrevalorado.
¡Nadie conoce a nadie! – gritaba sólo con la intención de espantarlos.
Me vieron. Se calmaron. Se acercaron. Tocaron mis muñones. Ninguno quería decir la relación entre el hombre con cara felina y el de gabardina. Escribían el nombre de sus amantes rodeados con un corazón en el muslo que ya no tenía.
¡Nadie conoce a nadie! – susurraba sólo con la intención de infundirles piedad.
Era todo una fiesta a mi costa, ellos reían junto a mis miembros invisibles. Allí estaba él, de cuclillas a mi lado, sonriendo, mientras sostenía la cachimba en la mano. Entonces fui yo el que reía a pesar de que ellos habían parado ya.
…porque nadie conoce a nadie, ni siquiera a los que vienen con tarjeta de invitación.
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