Un disfraz
de rata reptaba hacia mí como un antiguo presagio, y los muertos empezaron a caer de manera
perpendicular, impactando con la cabeza en las aceras, mientras los tambores
vacíos sonaban en las tumbas.
Dejé de
existir en 1865.
Las calles
quedaron repletas de cuerpos, y todos tenían mi cara, por ello tuve que recoger
todos los cadáveres, para evitar confusiones innecesarias.
Las ventanas
en celo llamaban a los pomos, provocando orificios en los colchones de lujo.
Dejé de existir
en 1865.
Al pasar a
la edad adulta los sombreros se convirtieron en las plumas, como los señores
que creían que al dejar de tocar los tambores dejarían de sufrir los problemas bautismales.
No querer, o
no creer,
no creer,
porque las cruces no eran cuerpos, no eran huesos, no eran gusanos, no eran
panes, no eran teclas;
eran hijos
defraudados como
tierras o carnes conquistadas,
en quieren los dioses no creían.
tierras o carnes conquistadas,
en quieren los dioses no creían.
Dejé de
existir en 1865.
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