He mirado al horizonte donde el mar acaba,
me he sentido un poco libre, un poco humano;
he gritado mientras el viento me peleaba,
quizás lo hace porque lo he despertado temprano.
Caballos azules relinchan entre la brisa,
y la sal salpica mi cara y mi pecho abierto,
pues me he sacado el corazón para lavarlo deprisa,
antes de que en estos riscos me quede muerto.
He respirado el aire ensalitrado de su recuerdo,
he sentido el aroma de su roído cemento,
he tocado su vieja ferruja con mi brazo izquierdo,
y con el derecho noto como el tiempo pasa más lento.
Aquí no hay pesados agobios, ni prisas enfurecidas,
todo transcurre despacio y de mí se apodera la calma;
la calma de las algas a la corriente rendidas,
la calma con la que ahora se va mi alma.
sábado, 6 de noviembre de 2010
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