¿Qué pasaría si le dieran un lápiz a un desequilibrado mental?

sábado, 26 de febrero de 2011

El chaval que cambió el mundo (Primera parte)

Nuestro querido protagonista de este relato era un muchacho normal en todo lo posible, a quien sus padres desde el primer momento en que nació lo llamaron Rovento Enalba Acorín. Tuvo una infancia normal, igual a la de los demás niños de su edad, corría, jugaba y a veces se tropezaba dentro de su propia vida.
El día de su décimo octavo cumpleaños celebró una fiesta para invitar a sus amigos más cercanos. Cual fue su sorpresa cuando vio que la noticia de que festejaba el aniversario de su nacimiento corrió como la pólvora, ya no sólo en su pequeño pueblo, si no en todo el país. Asistieron a su cumpleaños miles de personas, algunos no sabían ni siquiera que se celebraba.
Ante todo aquello Rovento estaba muy asustado, así que con intención de calmar el ambiente, y promovido por su precavida madre, se subió a una silla para que todos lo vieran y lo oyeran bien, con las manos de forma abocinada gritó:
- ¡Hola a todos! ¡Antes que nada me gustaría darles las gracias por venir!
Al oírlo hablar tan bien todos aplaudieron, sacudieron las manos, gritaron piropos exagerados, tiraron confetis y bailaron danzas de la alegría. Todos lo celebraban a pesar de que nadie estaba escuchando lo que el preocupado muchacho decía.
- ¡…no tengo sitio, ni comida para todos!
Al escucharlo otra vez, la gente enfervoreció todavía más, muchas personas mayores sufrieron golpes de calor con sus consecuentes desmayos, también deshidrataciones y bajadas de azúcar. El ayuntamiento del lugar, como preveía la importancia del acto acondicionó una carpa de emergencia con una flota de diez ambulancias.
- ¡Por favor, voy a tener que pedirles amablemente que se vayan!
Fue esta vez, al volver a tomar la palabra cuando la gente ya no pudo más y se abalanzó sobre él. Algunos le daban besos, abrazos, otros intentaban hacerle felaciones en su falo flácido, debido a lo comprometedor de la situación. Todo se complicó cuando empezaron a tirar varios grupos por sus diferentes miembros, dislocándole las extremidades. Como no consiguieron nada, comenzaron a morderlo, mientras otros directamente utilizaban cuchillos jamoneros, navajas y cortaúñas.
La madre del muchacho, impontente gritaba moviendo las manos, pero no pudo evitar que se cebaran finalmente con el pobre Rovento, tiñendo de sangre su desgraciado cumpleaños. Los que pudieron se llevaron de recuerdo su lengua, un dedo, sus testículos, o cualquier otra parte de su desmembrado cuerpo, dejándole a su madre una uña del pie mordisqueada.

sábado, 19 de febrero de 2011

Baladas de las orillas

La melodía salada
como los marfiles apluman los espejos,
acaricia cada brillo
de los tomates enladrillados,
de las costras arenosas,
de la piel gris…

Comen los caballos
la hierba relinchando,
como bramando disminuidos,
para huir azorados
de los que vienen a ensalitrar
sus corazones.

Entre las piedras
dejan caer sus párpados
para que sus uñas se conviertan
en escamas.

Quieren descansar en el mar
y volverse de madera.

viernes, 11 de febrero de 2011

Fiesta de tierra II

Ensotanada no sólo por fuera,
guiña su hueco a quien se tapió
en las orillas de la oscuridad.
Sus huevas amigas
le provocarán las cosquillas más eternas
para que nunca pare de tocarse la cabeza con los pies.

Es una danza de brazos,
si yo no puedo bailarla
que me aten pies y manos.

Su afilada presencia
clava agujas en la espalda
de una bondadosa muchacha,
creando el movimiento perfecto.
Sus buenas acciones serán recompensadas
con miles de alitas tocando pequeñas trompetas
le acompañarán eternamente en el baile.

Es una danza de piernas,
si yo no puedo cantarla
que me muevan la mandíbula.

Su susurro como las botellas
que tocan el caracol con el culo,
acarician al que nada tiene que perder.
No brincó hasta que los pequeños corazoncitos
le tejieran una corbata hecha con las sobras de su piel.

Ruedan, giran, volterean
por el agua turbia,
mientras un ser invisible, que tampoco necesita ver
dirige los trompos sobre el rio.

sábado, 5 de febrero de 2011

Fiesta de tierra I

Una señora en bata
invita a bailar a la de gemas enternecedoras;
las rosas no terminaron de florecer,
pero danzó con cornetas de pelusas
tocada por ratas de cloaca
tomando el té.

Es una danza de brazos,
si yo no puedo bailarla
que me aten pies y manos.

Sus dedos de marfil tallado
despiertan al desgraciado hundido en el cabreo,
el vino orinado por las moscas,
como catadoras de bebidas aireadas,
lo hace estremecerse.

Es una danza de piernas,
si yo no puedo cantarla
que me muevan la mandíbula.

Su sonrisa de cristales
ciega al dorado condenado,
que aunque reticente,
se acaba moviendo gracias al confeti,
lanzado por los gusanos imantados a los poros.

Ruedan, giran, volterean
por el agua turbia,
mientras un ser invisible, que tampoco necesita ver
dirige los trompos sobre el rio.