En una acartonada noche de noviembre un hombre pasaba el rato tirando unos roído dados a una mesa ya podrida por el tiempo y las polillas.
- ¡Ocho! ¡Seis! ¡Dos! ¡Diez!
Pero antes de que hiciera la quinta tirada un niño se le acercó, el cual lo miró a los ojos durante varios segundos sin decir nada.
- ¿Qué quieres?
- ¿Qué números te han salido en los dados?
- ¿Te crees que soy tonto o que nací ayer? – preguntó ante el asombro del pequeño – sé que me estabas espiando detrás de aquel muro. Además lo puedes leer más arriba que para eso los he gritado y están entre exclamaciones.
- Pues te digo, para que lo sepas, que tengo ocho años, seis hermanos, dos padres y diez… - calló entonces de repente.
- ¿Diez qué?
- Los años ya los dije, ¿Verdad?
- Si.
- …pues tengo diez hijos. ¡Qué casualidad más rara, a que si!
- ¿Diez hijos? ¿Con ocho años?
- Es más raro aun, ¿Verdad? – dijo mientras se iba poniendo algo nervioso.
- Esa barba de tres días no es la barba de un niño de ocho años, quien no debería tener ni pelusilla.
- Bueno… - comenzó a tartamudear – es que vengo de una familia muy peluda.
- ¿Eso explica los pelos del pecho que asoman por tu camisa?
- Si.
- y me dirás que también ese vello púbico. – dijo mientras miraba en el interior de sus pantalones.
- Pues si señor, ya se lo he dicho.
- ¿Cómo explicas esa calva de señor?
- Es que… - intentó explicarlo mientras se acariciaba nervioso la calva – esto es la última moda.
- Pues perdone que le diga, caballero, no me creo que…
Antes que pudiera terminar de exponer sus argumentos una mujer se acercó con antigua cara de preocupación, ahora sustituida por una máscara que mostraba actitud de alivio.
- ¡Fernandito! – gritó con las manos sobre su cabeza mientras las balanceaba.
El joven anciano miró al suelo tímidamente esperando el castigo materno con resignado estoicismo, mientras su madre se acercaba con intención de reñirle.
- ¿Cuántas veces te he dicho que no te escapes sólo por ahí?
- Creo que con esta unas veinte o así.
- ¿Pero para qué me contestas? ¿No ves que es una pregunta retórica? No esperaba ninguna respuesta.
- Entonces ¿Para qué lanzas esas cuestiones? – preguntó el pequeño extrañado.
- ¡porque vas a acabar con mi vida! – gritó mientras se daba golpes en el pecho – tu madre que ha dado todo por ti, que te he alimentado…
- Señora – interrumpió el hombre – perdone que interrumpa su fantástico monólogo tan bien dramatizado, pero ¿Sabía usted que su hijo tiene como mínimo sesenta años, si no más?
- ¡Fernandito! – exclamó la madre con tono de desilusión - ¿Es verdad lo que dice este señor?
- ¿Esta la tengo que responder?
- ¡Ay hijo, cuantos disgustos estás dando a tu madre!
- Pero mamá…
- Ni mamá, ni leches, que sea la última vez que te pones a cumplir años sin avisar, tira pa’ casa. ¡Ay, dios mío! Sólo siento tu padre cuando se entere, con la ilusión que tenía en enseñarte a afeitarte y regalarte tu primera película porno.
El vetusto infante cabizbajo se alejó muy lentamente, mientras su madre se disculpaba ante el señor.
- Mis más sinceras disculpas por las molestias que le haya podido causar mi hijo.
- No pasa nada, ya se sabe como son estos niños de hoy en día.
- Tiene usted razón, si a mí a su edad se me hubiera ocurrido ponerme a cumplir años sin avisar, de los puñetazos que hubiera recibido, no estaría ahora viva. Pero ya ve usted, hoy en día no se les puede tocar, ni siquiera una paliza al menos como escarmiento. No hablemos de las patadas recreativas, porque es que si no que gracia tendría entonces tener un hijo.
- Estoy totalmente de acuerdo con usted, por eso ni siquiera me he planteado tenerlos.
- Muy bien que ha hecho, porque ya ve usted lo que sufre una madre con ellos. Por cierto, gracias por celebrar mi discurso, ¿En serio le ha gustado?
- Me ha parecido fabuloso, ha controlado muy bien la respiración, ese gesto de angustia, y no hablemos del tono elegido, ni de ese brillo en los ojos, por como me hace llorar. ¡Fantástico! ¡Fantástico! Es una pena que no lo haya podido escuchar entero, pero me parecía muy grave lo de su hijo.
- Gracias, una debe aprovechar los años que estudió arte dramántico. No sabe lo que se puede conseguir con unos cuantos trucos de dramatización. Bueno, le dejo que siga con lo suyo, ha sido un placer.
- Igualmente, también ha sido un placer para mí.
Los dos adultos se despidieron con repetidas sacudidas de menos, mientras la madre se alejaba. Al quedarse solo volvió a tirar los dados mientras gritaba los números obtenidos, esperando llamar la atención de otro niño y poder así abandonar la soledad al menos por algunos minutos.
- ¡Ocho! ¡Seis! ¡Dos! ¡Diez!
Pero antes de que hiciera la quinta tirada un niño se le acercó, el cual lo miró a los ojos durante varios segundos sin decir nada.
- ¿Qué quieres?
- ¿Qué números te han salido en los dados?
- ¿Te crees que soy tonto o que nací ayer? – preguntó ante el asombro del pequeño – sé que me estabas espiando detrás de aquel muro. Además lo puedes leer más arriba que para eso los he gritado y están entre exclamaciones.
- Pues te digo, para que lo sepas, que tengo ocho años, seis hermanos, dos padres y diez… - calló entonces de repente.
- ¿Diez qué?
- Los años ya los dije, ¿Verdad?
- Si.
- …pues tengo diez hijos. ¡Qué casualidad más rara, a que si!
- ¿Diez hijos? ¿Con ocho años?
- Es más raro aun, ¿Verdad? – dijo mientras se iba poniendo algo nervioso.
- Esa barba de tres días no es la barba de un niño de ocho años, quien no debería tener ni pelusilla.
- Bueno… - comenzó a tartamudear – es que vengo de una familia muy peluda.
- ¿Eso explica los pelos del pecho que asoman por tu camisa?
- Si.
- y me dirás que también ese vello púbico. – dijo mientras miraba en el interior de sus pantalones.
- Pues si señor, ya se lo he dicho.
- ¿Cómo explicas esa calva de señor?
- Es que… - intentó explicarlo mientras se acariciaba nervioso la calva – esto es la última moda.
- Pues perdone que le diga, caballero, no me creo que…
Antes que pudiera terminar de exponer sus argumentos una mujer se acercó con antigua cara de preocupación, ahora sustituida por una máscara que mostraba actitud de alivio.
- ¡Fernandito! – gritó con las manos sobre su cabeza mientras las balanceaba.
El joven anciano miró al suelo tímidamente esperando el castigo materno con resignado estoicismo, mientras su madre se acercaba con intención de reñirle.
- ¿Cuántas veces te he dicho que no te escapes sólo por ahí?
- Creo que con esta unas veinte o así.
- ¿Pero para qué me contestas? ¿No ves que es una pregunta retórica? No esperaba ninguna respuesta.
- Entonces ¿Para qué lanzas esas cuestiones? – preguntó el pequeño extrañado.
- ¡porque vas a acabar con mi vida! – gritó mientras se daba golpes en el pecho – tu madre que ha dado todo por ti, que te he alimentado…
- Señora – interrumpió el hombre – perdone que interrumpa su fantástico monólogo tan bien dramatizado, pero ¿Sabía usted que su hijo tiene como mínimo sesenta años, si no más?
- ¡Fernandito! – exclamó la madre con tono de desilusión - ¿Es verdad lo que dice este señor?
- ¿Esta la tengo que responder?
- ¡Ay hijo, cuantos disgustos estás dando a tu madre!
- Pero mamá…
- Ni mamá, ni leches, que sea la última vez que te pones a cumplir años sin avisar, tira pa’ casa. ¡Ay, dios mío! Sólo siento tu padre cuando se entere, con la ilusión que tenía en enseñarte a afeitarte y regalarte tu primera película porno.
El vetusto infante cabizbajo se alejó muy lentamente, mientras su madre se disculpaba ante el señor.
- Mis más sinceras disculpas por las molestias que le haya podido causar mi hijo.
- No pasa nada, ya se sabe como son estos niños de hoy en día.
- Tiene usted razón, si a mí a su edad se me hubiera ocurrido ponerme a cumplir años sin avisar, de los puñetazos que hubiera recibido, no estaría ahora viva. Pero ya ve usted, hoy en día no se les puede tocar, ni siquiera una paliza al menos como escarmiento. No hablemos de las patadas recreativas, porque es que si no que gracia tendría entonces tener un hijo.
- Estoy totalmente de acuerdo con usted, por eso ni siquiera me he planteado tenerlos.
- Muy bien que ha hecho, porque ya ve usted lo que sufre una madre con ellos. Por cierto, gracias por celebrar mi discurso, ¿En serio le ha gustado?
- Me ha parecido fabuloso, ha controlado muy bien la respiración, ese gesto de angustia, y no hablemos del tono elegido, ni de ese brillo en los ojos, por como me hace llorar. ¡Fantástico! ¡Fantástico! Es una pena que no lo haya podido escuchar entero, pero me parecía muy grave lo de su hijo.
- Gracias, una debe aprovechar los años que estudió arte dramántico. No sabe lo que se puede conseguir con unos cuantos trucos de dramatización. Bueno, le dejo que siga con lo suyo, ha sido un placer.
- Igualmente, también ha sido un placer para mí.
Los dos adultos se despidieron con repetidas sacudidas de menos, mientras la madre se alejaba. Al quedarse solo volvió a tirar los dados mientras gritaba los números obtenidos, esperando llamar la atención de otro niño y poder así abandonar la soledad al menos por algunos minutos.
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