Soportando
ojos de corujas, me he visto,
paseando con una mano cortada,
acariciando un cuello inexistente.
Esperando
la batalla de las olas
que se libran en mis uñas,
he cortado charcos sin rieles;
llevo sus carnes
todavía en la comisura de mis botones.
Serán los bonitos de las cazuelas
los únicos que puedan juzgarme,
sacar de entre el caldo,
hasta meterlo en mi nariz,
su dedo, señalarme, juzgarme.
Cosiendo
a las telas de 1958
mi cuerpo de cimientos donde habitan
burgados como verdes puertas que flotan,
he cortado charcos sin rieles.
Despegando
palabras como granos
que estornudan en estos iris,
despierto los lagartos de pipa y monóculo.
Serán los bonitos de las cazuelas
los únicos que puedan juzgarme.
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