¿Qué pasaría si le dieran un lápiz a un desequilibrado mental?

sábado, 4 de agosto de 2012

¿Era el cuerpo real o era un muñeco?

A Jacobo García Martín y Álvaro E. Vento Acosta 


Tres muchachos discutían en una pequeña cafetería donde una señora atendía a los cafés con leche que pedía un señor que salía del local para volver a entrar y volver a pedir otro.
- En mi funeral tendré que ser yo quien tapie la entrada de mi nicho. – decía uno de los muchachos.
- ¿Nichos? ¡Odio los nichos!
- Yo también los odio, pero si no tengo dinero para contratar a alguien para que me lo tapie, no puedo pretender tener una tumba con monumento.
- Pues a mí que me entierren en un mausoleo para mí solo, odiaría estar rodeado de gente para toda la eternidad.
- ¡Eso no pega con la estética de la ciudad! – gritó el que hasta ahora había permanecido callado.
- ¿Dónde han enterrado a Enrique Alcabia?
- Pues todavía lo andan paseando por la ciudad junto a gigantes y cabezudos.
- Pero según tenía entendido lo habían enterrado ya.
- Sí, pero lo desenterraron otra vez un grupo de contorsionistas.
- ¿Y no se ha descompuesto?
- Eso es lo más misterioso, sigue como si estuviera dormido. Completamente incorrupto.
De repente una puerta, que nadie sabía que existía, se abrió dentro del local, de ella salió un hombre que interrumpió al señor de los café con leche para pedirse un cortado, luego interrumpió a los muchachos:
- ¿Ustedes han visto a Elsa Lanchester?
- Va a salir en el siguiente capítulo.
- ¿Qué pinta Elsa Lanchester en el siguiente capítulo?
- Hombre, Enrique Alcabia como un monigote, Frankenstein…
- Sigo sin ver la relación.
- ¡Bueno muchachos! – exclamó el hombre – Me vuelvo a 1993. ¡Oh, no! Ahí vienen los niños de la secta.
- The children of the sect. – gritó una voz en off.
- ¿Y el cortado? – gritó la dependienta - ¡Este maldito señor del 93 siempre me hace lo mismo.
Casi al instante un grupo de niños comenzaron a golpear el cristal y a hacer muecas a los muchachos; uno de ellos intentó mediar con una de los pequeños, quien parecía la jefa del grupo.
- ¡Hola!
- ¡Hola! Somos los niños de la secta.
- The children of the sect. – volvió a gritar la voz en off.
- ¿Qué hacen por aquí?
- Venimos en busca de Enrique Alcabia, nuestros adultos nos han mandado a buscarlo, lo elevaremos a la mínima potencia para luego llevarlo debajo de la lengua. Nuestro sumo sacerdote dice que nos volveríamos invencibles.
- Pero Enrique Alcabia está enterrado.
- No lo está, lo sabemos; además, sabemos que pasará en breve por aquí.
La niña no terminó de pronunciar la frase cuando unos tambores comenzaron a sonar al final de la calle, pronto asomaron los primeros gigantes y cabezudos, malabaristas, equilibristas, funambulistas, periodistas, y demás personajes del circo tradicional.
- ¡Allí está! – gritó uno de los niños de la secta.
- The children of the sect. – gritaba por tercera vez la voz en off.
En el centro de la pintoresca procesión se veía a Enrique Alcabia enganchado en un complicadísimo aparato lleno de engranajes, cadenas y cuerdas, la niña que parecía mandar entre los demás niños de la… señaló al cadáver y al instante los demás niños salieron corriendo en estampida hacia aquel alegre pasacalles. Los payasos fueron atacados, los trapecistas mordidos, los trompetistas escupidos…
Finalmente los niños de la secta se hicieron con el cadáver incorrupto, después de vapulear a la pobre banda circense, llevándoselo en volandas, zarandeándolo por el camino como si fuera un monigote.
Pasaron varios segundos y apareció otra procesión en contra dirección a la anterior llena de curas, monjas y beatas, estaba liderada por el obispo que en calzoncillos gritaba:
- ¡Enrique Alcabia debe ser santificado!
- ¡Luchemos por él! – gritaba una señora.
- ¡Crucifiquémoslo! ¡Qué no se lo lleven esos herejes! – gritaban voces inconcretas.
Viendo que habían llegado tarde, pararon todos en seco y después de algún que otro quejido y suspiro lastimero se fueron a la iglesia más próxima.
- ¿Y ahora todo esto quien lo limpia? – le preguntó una señora bajita y gorda a los tres muchachos, que habían salido a ver el altercado.
- ¿Qué dice señora? – preguntó el de actitud más brusca.
- Mira como me han dejado la acera, y la calle y los coches, tendré que barrer yo, porque si no, no sé quien lo hará.
La señora se fue barriendo con un escobillón que nadie sabía de donde se había sacado, mientras que con el palo golpeaba a todo aquel que se le pusiera delante y le impidiera seguir realizando su tarea.

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