a Max Ernst
Los golpes que llamaron la atención de los tres señores olían a carne resucitada.
¿Quién te dio permiso para andar sobre las aguas?
Admiraban los señores la santa maestría de la nalgada oblicua.
¿Quién te dio permiso para curar a los enfermos?
La aureola sonó a alambre orinado, a céntimo saltarín o a carcajada con óxido.
¿Quién te dio permiso para multiplicar la comida?
Aplauso de los testigos. Brindis de vino. Repartición de bocadillos. Ovación y festejo.
¿Quién te dio permiso? ¡A tu cuarto!
…¿por qué me has abandonado?
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ResponderEliminar¿Acaso te afeitaste la barba antes del amanecer?
ResponderEliminarEntonces
ya sé porque hace tanto tiempo que
perdiste los dientes en una pelea de gallos.
Si los bañaste en vino
a los tres días de tu muerte todavía
estaba vigente la resaca.
No enciendas el coche que me está picando el ojo
porque en él apagaré a la luna
en la noche en que ella y yo renunciemos
a tus míseros mandamientos