Maquillaban a los
muertos en las calles y nadie se quejaba. Era la veneración mediante la ridiculización
de los que ya no están. Los bancos se llenaban de fallecidos con las caras de
colores.
El mago se sacaba El
arlequín gritaba
huesitos de niño las dentaduras
de la boca de los drogadictos
y de la chistera que se quisieron
una rata. y murieron.
huesitos de niño las dentaduras
de la boca de los drogadictos
y de la chistera que se quisieron
una rata. y murieron.
Tenía de nacimiento
los ojos hinchados por los golpes, y se pensaba que sus manos eran cebollas. Las
tripas querían huir desde el primer momento y convertirse en una imagen de Horace
Walpole. Las piernas no respondían, se desdoblaban imitando a la mantequilla,
porque las pistolas de juguete se disparaban solas.
Había llegado mi hora,
y por la ventana escuchaba
mi antiguo nombre escupido
por los cráneos de las
reces,
y los
niños sucios, exprimidos
por
miles de naranjas maduras,
aullaban
mi condena infinita.
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