Entré en aquel lavabo
público que estaba completamente descuidado, la suciedad lo inundaba todo, unas
manchas sospechosas recorrían los azulejos de las paredes. Allí había quedado
para comprar una sustancia que me devolvería la inspiración que había perdido. En
uno de los cubículos se comenzaron a escuchar unos golpes que iban en aumento. Vómito.
Sabía que los zapatos llenos de cenizas me esperaban en la esquina. Vómito. Las
máscaras antiguas me juzgaron, por no ser calaveras. Vómito. Los niños con las
caras tecladas volvieron con sus esponjitas en la mano y las naranjas en los
bolsillos. Vómito. Florecieron otra vez los hocicos de los perros enterrados.
...y me quedé tumbado,
sin enterarme de nada,
porque no podía moverme.
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