Los recuerdos de mis vidas anteriores surgían de una trompeta como
dados lanzados con fuerza.
Lo tomaba bien caliente.
Desde el sótano, los pasos sonaban como puñaladas, y todo parecía
extrañamente cerca. Se desabrochó la gabardina y me mostró que no llevaba nada
más, entonces recurrí a La necesidad de cavar. Me invitó a fumar de su pipa,
rechacé su invitación, y me obligó a fumar de su pipa.
Su piel
era
como la de cualquier
animal
marino.
Lo tomaba bien caliente.
Yo, por mi parte, desconocía hasta el momento que de las botellas de
licor salían pequeños murciélagos que revoloteaban al rededor de los zapatos de
niños perdidos. Era el payaso poseído por sus demonios el que celebraba las supersticiones
de los troncos.
Se escondía en un disfraz ridículo,
porque temía tropezar, y tener que barajar el mazo de nuevo.
Se escondía en un disfraz ridículo,
porque odiaba las voces demasiado agudas.
Lo tomaba bien caliente.
No era así. No era así. No era así. No era así.
Comía tierra,
rezaba a dioses inexistentes,
argumentaba su propia muerte,
o sorteaba su ropa interior.
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