Los síntomas eran
anunciados en los periódicos nacionales, en algunos internacionales y en las
notas de amor entre adolescentes del siglo XVIII; pero los bigotes lo
ignoraban, incluso con los párpados enfrente pensaban que los suspiros eran
sólo los estigmas de una época dorada.
Yo paseaba lánguidamente
esperando una resurrección de mis piernas mutiladas, pero temía que crecieran
en el lugar incorrecto, temía que no crecieran las dos iguales, temía que se
las volvieran a llevar. Por eso, al menor movimiento que supusiera un
crecimiento arrancaba el gajo.
...con sus 87 deditos
contaba las monedas con minuciosa rapidez.
¡Señor!
¡Un, dos, tres!
Una cerradura de escalinatas
crecía tímidamente en mi coronilla,señal de fracaso y aterrizaje;
señal de caída y atasco.
La megafonía eran los
hocicos desconocidos y el señor que se comía las páginas de sucesos de su
periódico lo sabía. En el camino a casa me encontraba bigotitos de papel y los
pegaba en mis muñones. Las acacias dejaban de formar hileras y se tiraban al
suelo, fingiendo desmayos ¿Que más podría pedir? Yo, sin embargo, envidiaba el
planteamiento vital de los caracoles; sus chuletas, sus toallas y su succión,
que eran reconocidos gradualmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario