(ahogamiento
en una rueda de acordes agudísimos)
Levantaba
las manos,
invocaba
a las esponjas por error, creía que llamaba a los pasajes idílicos,
pero eternizaba las amarras.
El
poder líquido
se
clavaba como un taladro en la espalda, porque caminar hacia atrás no
va a salvar a nadie.
La frase descontextualizada nos transporta directamente al hospital
psiquiátrico, al demente que en su alteración psíquica lanza
frases exentas de sentido, pero con una veracidad espeluznante.
Debemos reconocer que esta naturalidad con la que interactúan es lo
que provoca un rechazo social, pero que al mismo tiempo nos fascina.
La parte de nosotros que quiere seguir perteneciendo al grupo social
nos incita a hacer todo aquello que la sociedad acepta, aunque no lo
entendamos o para nosotros no tenga ningún sentido. Por este motivo,
los que no se someten a las leyes de socialización acaban
marginados, confinados en centros psiquiátricos, o encerrados en sí
mismos debido a los medicamentos, todo ello con la intención de que
no interfiera en la vida de los demás.
Cantaba como cantan los muertos, y perdía los dedos como las monedas
sonaban en una lata de aceitunas, porque era una cuestión de
aferrarse a la vida.
El
teléfono
solitario
sonaba,
eran
las puertas,
las
luces y
los
calcetines;
todos
sonaban en el circo.
Desde
que nací, añoraba la vejez, la muerte y luego añoré mi tumba, mi
lápida, incluso mi entierro. Quería un tanatorio copioso, pero sé
que me enterrarán disfrazado de payaso.
La
estrategia
era
muy clara,
pero
seguía viendo rabos de rata en las cerraduras.
Cantaba
como cantan los muertos, y perdía los dedos como las monedas sonaban
en una lata de aceitunas, porque era una cuestión de aferrarse a la
vida.
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