Unas asustadizas velas iluminaban la habitación, donde las figuras más que mostrarse, se insinuaban; las sombras se pegaban a la cara cogiendo formas extrañas a modo de siluetas tribales. Todos se habían despojado de su vestimenta, lastre de la vida diaria; a excepción del sacerdote, que llevaba únicamente una estola negra.
El sacerdote, haciendo sonar una cántiga profunda, mostraba a la multitud una cruz invertida. Los allí reunidos al ver el símbolo comenzaron a contorsionarse en espasmos, que se convirtieron luego en un baile donde todos se golpeaban.
Pronto, todos comenzaron a entrar en éxtasis, agitándose, sacudiendo la cabeza velozmente o retorciendo sus rostros. El sacerdote se mostraba serio y rociaba a los fieles con sangre que sacaba de un cáliz dorado, sin parar de lanzar su canto que se mezclaba con los aullidos de los adeptos. Para tranquilizarlos dibujó con sangre un pentáculo en sus frentes y poco a poco se fueron relajando.
Entonces, una de las muchachas que se contorsionaba fue señalada, por lo que se tuvo que dirigir hacia el centro del círculo que ahora formaban todos. Ella gritó, desconociendo si era de pena o alegría. El sumo orador se sacó de detrás una finísima daga con la que se disponía a sacrificar a la chica, no sin antes comenzar un rezo en una lengua extraña llena de oclusivas y consonantes guturales.
Pero, en la oscuridad un fuerte golpe interrumpió el ritual. Todos dirigieron su mirada hacia donde se había producido el estruendo y vieron a un muchacho acostado en la cama con cara de cabreado, que seguidamente gritó:
- Satanicen más bajo, que hay gente que quiere dormir.
El sacerdote, haciendo sonar una cántiga profunda, mostraba a la multitud una cruz invertida. Los allí reunidos al ver el símbolo comenzaron a contorsionarse en espasmos, que se convirtieron luego en un baile donde todos se golpeaban.
Pronto, todos comenzaron a entrar en éxtasis, agitándose, sacudiendo la cabeza velozmente o retorciendo sus rostros. El sacerdote se mostraba serio y rociaba a los fieles con sangre que sacaba de un cáliz dorado, sin parar de lanzar su canto que se mezclaba con los aullidos de los adeptos. Para tranquilizarlos dibujó con sangre un pentáculo en sus frentes y poco a poco se fueron relajando.
Entonces, una de las muchachas que se contorsionaba fue señalada, por lo que se tuvo que dirigir hacia el centro del círculo que ahora formaban todos. Ella gritó, desconociendo si era de pena o alegría. El sumo orador se sacó de detrás una finísima daga con la que se disponía a sacrificar a la chica, no sin antes comenzar un rezo en una lengua extraña llena de oclusivas y consonantes guturales.
Pero, en la oscuridad un fuerte golpe interrumpió el ritual. Todos dirigieron su mirada hacia donde se había producido el estruendo y vieron a un muchacho acostado en la cama con cara de cabreado, que seguidamente gritó:
- Satanicen más bajo, que hay gente que quiere dormir.
Lo mismo pasa con los vecinos que hablan en la escalera, que suben el volumen de la "tele5" de los cojones... Si es que tiene razón.
ResponderEliminar¡Hostia! Los de tele5 son peor...
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